sábado, 30 de agosto de 2008

San Juan de la Peña:En la literatura y mitología
Y el Mundo grandioso, enigmático y, en cierta medida, temido, las elevadas montañas pirenaicas y los más retirados rincones de las sierras prepirenaicas siempre han estado envueltos en un halo de misterio y de leyenda para las gentes del Alto Aragón.
No es extraño, por tanto, que para explicar y dar a conocer el origen del
Monasterio Viejo de San Juan de la Peña se haya tenido que recurrir al encanto de una historia donde, posiblemente, se mezclen la ficción y la realidad.
Todo se remonta al año seiscientos, cuando en una jornada de caza un joven, de nombre Voto, perseguía con su caballo la carrera de un ciervo veloz. Tan encelado estaba en dicha tarea este acomodado joven zaragozano, que hasta el último momento no advirtió que había llegado al borde de lo más alto del precipicio del monte Pano. Mientras el venado saltaba desde el rojizo farallón rocoso, Voto, a lomos de
su caballo, presintió la caída y advirtió que la muerte se hallaba a sus pies.
La inercia y la velocidad del rápido galope le conducían hacia lo más profundo del acantilado.
En cuestión de segundos, Voto se encomendó a San Juan Bautista -santo
de su devoción-, y el caballo, milagrosamente, frenó en seco al borde del abismo.
Agradecido a San Juan, Voto descendió a pie por donde pudo para examinar el paraje del fondo del barranco. Allí, entre la maraña de tupida vegetación, halló la cueva del Galeón al pie de la peña rocosa, lugar donde manaban aguas cristalinas y donde se encontraba una pequeña iglesia dedicada a San Juan Bautista, en cuyo interior yacía el cadáver incorrupto de un ermitaño llamado Juan de Atarés.
Impresionado por el hallazgo y por las circunstancias del suceso, el noble zaragozano regresó a su ciudad y vendió cuantas pertenencias familiares poseía.
Posteriormente, en compañía de su hermano Félix, se retiró al lugar para llevar una vida de retiro y oración, y levantar una ermita en honor a San Juan, lugar donde con el transcurso de los años se levantaría el Monasterio Viejo de San Juan de la Peña.
Hoy, como recuerdo del suceso y fundación del monasterio, podemos
encontrar una capilla renacentista y barroca en honor a estos dos santos -S. Voto y S. Félix-, levantada junto al claustro románico.
La legendaria tradición también cuenta que, en épocas medievales, a San
Juan de la Peña acudían numerosos peregrinos y devotos para admirar la más importante de sus reliquias: el preciado y disputado Santo Grial, copa en la que bebió Cristo durante el transcurso de la última cena. Se narra que, traído a tierras oscenses por San Lorenzo como regalo del Papa Sixto II, el Santo Cáliz comenzó una peregrinación por distintos parajes religiosos del Pirineo -San Pedro de Tabernas, San Adrián de Sasabe -Borau-, Yebra de Basa, Bailo, Jaca y, finalmente,San Juan de la Peña- como consecuencia del peligro que supone la notable presencia musulmana. En este último monasterio permaneció largo tiempo, hasta que el rey Martín I el Humano lo solicitara a los monjes pinatenses, quienes lo enviaron a la Aljafería de Zaragoza, hasta llegar a la catedral de Valencia, donde
hoy todavía permanece guardado.
En el interior del Monumento Natural de San Juan de la Peña tiene lugar cada año, a finales del mes de mayo, la romería de San Indalecio, una de las más antiguas de Aragón, dado que su origen se remonta a la fecha del 1187.
Se afirma que San Indalecio fue uno de los siete varones apostólicos que ayudaron al Apóstol Santiago el Mayor predicando el Evangelio por España. Nacido en Caspe, ayudó en la construcción del antiguo templo del Pilar, acompañando a Santiago a tierras de Jerusalén. Sus restos fueron traídos por encargo del abad de San Juan de la Peña desde la ciudad almeriense de Urci por el proscrito y arrepentido caballero García Aznárez, quien recibió la ayuda de Evancio y García, dos mojes pinatenses
que le acompañaron a lo largo de seis meses de búsqueda, hasta que un
ángel se le apareció de noche a uno de los citados monjes y le reveló el lugar exacto del osario de San Indalecio. Desde aquel año de 1084, los pueblos del entorno -hasta un total de 238 aldeas y poblados- han tenido una gran devoción a San Indalecio, y de su acción milagrosa recibían diversos beneficios, especialmente el de la necesitada lluvia. Con cánticos de "gozos", rezos en latín, cruces parroquiales, romeros y dances, se celebra cada primavera la festividad en la que se pide a San Indalecio lluvia para los campos, paz para el espíritu y se agradecen
los bienes recibidos. Una acción que sigue viva por la actividad de la
Hermandad de Caballeros de San Juan de la Peña.
Buscando en las leyendas y las tradiciones de San Juan de la Peña, se encuentran
otros episodios como son la fundación cristiana de la ciudad de Pano -en lo alto del monte del mismo nombre- y su posterior destrucción a manos de los ejércitos musulmanes, la donación del monte Abetito a San Juan de la Peña, o la fundación del monasterio por parte del rey del Sobrarbe don García Jiménez. En la comarca del Viejo Aragón muchos han escuchado de niños que en la peña del monasterio existe una cueva donde, cuenta la tradición, se esconde un tesoro repleto de joyas.
Pero el lugar serrano y monacal de San Juan de la Peña ha inspirado también la imaginación de escritores y artistas. No es de extrañar que Unamuno, tras su estancia en el año 1932, definiera en un artículo publicado en el libro "Paisajes del alma" a este enclave como "la entrada de un mundo de roca espiritual revestido de bosques de leyenda". Y es que San Juan de la Peña también llamó la atención,sedujo, inspiró y atrajo a otros ilustres maestros del pensamiento. En la crónica de San Juan de la Peña aparecen nombres como Santiago Ramón y Cajal, el filósofo José Ortega y Gasset, el citado Miguel de Unamuno o Ramón Menéndez
Pidal. La escritora Ángeles de Irisarri ambientó en la vida monacal de la Edad Media su novela "El estrellero de San Juan de la Peña", donde se vive la historia de Fray Aimerico de Thommières, un monje que trasladado desde el monasterio de San Ponce permanecerá en San Juan de la Peña hasta su muerte, desarrollando tareas de hospitalero y "estrellero" -observador de estrellas y firmamentos-.
Cuestiones religiosas, monacales, humanas y astronómicas se mezclan en esta deliciosa novela que discurre entre la cueva de Gerión llano de Suso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario